Los vetustos tranvías amarillos que serpentean por las calles de Lisboa transportan a sus habitantes y a turistas de un lado a otro de la ciudad, pero también llevan viajeros y sueños cuando arañan la superficie de Alfama, se confunden con el eterno fluir del Tajo o desafían al tiempo como dinosaurios que se resisten a la extinción.

Largo da Sé

Rua da Conceiçao

Praça de Figueira, al abrigo del Castelo de São Jorge

Remontando rua do Limoeiro camino del mirador de Sta. Luzia

Entre las numerosas experiencias inolvidables que supone ver el mundo detrás de sus cristales, la ruta del 28 es probablemente la mejor de todas.
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