Además de los dragones que proliferan por Extremadura en
óleos, esculturas, retablos, sillerías o detalles arquitectónicos, están
aquellos que los lugareños aseguran haber visto en el campo. Es el caso del dragón
que vivía en las proximidades de la alquería hurdana de Ovejuela cuando se
estaba construyendo el convento franciscano de Los Ángeles. Según la tradición,
el dragón fue reducido por el propio san Pedro de Alcántara. En la actualidad el
edificio no es más que un montón de ruinas de ajada belleza que enriquecen uno
de los parajes más fascinantes de Extremadura, como se aprecia en la imagen inferior:
Chorrera de la Buitrera, por la que el río Los Ángeles se precipita desde más de cin metros de altura en las cercanías de
Ovejuela, Las Hurdes (Foto: www.lashurdesdestinonatural.com)
Dispersos por la geografía extremeña, existen diversos
lugares tradicionalmente considerados refugios de estos monstruos. Es el
caso de la cueva u Horno del Drago,
nombre con el que se conoce a un pequeño arco de roca natural que se abre en
las estribaciones de la sierra de Gata en las cercanías de Santa Cruz de
Paniagua. Según la leyenda, recogida por Publio Hurtado a principios del siglo XX, allí habitaba un enorme dragón
cuyos rugidos atronaban por toda la comarca aterrorizando a sus habitantes que
se veían obligados a aportar animales domésticos que el monstruo colgaba de una
gran argolla para luego devorarlos: «A
la mitad del camino que conduce desde Pozuelo de Zarzón a Santa Cruz de
Paniagua, a unos doscientos metros a la izquierda de la vía y en el cerro de la
Bardera hay un enorme peñasco de forma cónica, con un apéndice que figura el
trozo de un puente, de un solo ojo, que mide tres metros aproximadamente de
elevación por dos de anchura, y de cuya clave pende una enorme argolla de
hierro. Subiendo un poco por las sinuosidades de la peña se ve una caverna
medio oculta en las angulosidades de la pizarra, de regular profundidad,
denominada El horno del Drago. Este drago o dragón era un gigante monstruoso,
que tenía la cabeza y brazos de hombre y el resto del cuerpo de basilisco.
Cuando sentía hambre, daba unos bramidos tan fuertes que se oían a dos leguas a
la redonda y atemorizaban a los habitantes de la comarca, quienes, para
aplacarlo, le llevaban una vaca o varios carneros que el monstruo mataba y
colgaba de la argolla mencionada. Tal presente, que devoraba en crudo, no le
duraba más que un día y al siguiente se repetían los bramidos y ofrenda. Esta
voracidad concluyó con la ganadería de la comarca, que entonces empezaba a
desarrollarse, y no habiendo reses que engullir, acometió y se zampó a los
pobladores de la Alta Extremadura. Cuando dio fin de ellos, bajó a la provincia
de Badajoz e hizo lo propio. Luego despobló la Andalucía y, por fin, siempre
buscando alimento, pasó al África de donde no volvió».
Cavidad natural conocida como "Horno del Drago", cerca de Santa Cruz de Paniagua.
Algunas versiones de la leyenda aseveran que el temible
dragón pasó un tiempo arrasando tierras africanas para después regresar a lares
extremeños donde murió de inanición al no poder llevarse nada a la boca.
Apuntan que eran tales sus dimensiones que de sus huesos se hicieron las vigas
de prensar de todos los lagares de la comarca tal y como cuenta Fernando Flores
del Manzano en su imprescindible Mitos y
leyendas de tradición oral en la Alta Extremadura (Editora Regional de
Extremadura, 1998. pág. 85). Pero si ya es sorprendente la magnitud del
monstruoso animal y sus aviesas actuaciones, más prodigioso aún resulta su
legendario origen. Cuenta José María Domínguez que fue
engendrado mediante el ayuntamiento de la cueva denominada Horno del Drago y la
Peña Picuda, una roca de connotaciones fálicas que se halla en sus
proximidades.
Otra vía en la búsqueda del dragón nos lleva a los templos.
Las iglesias están llenas de restos de todo tipo. Las criptas albergan miles de
huesos y cadáveres, en cada altar hay una reliquia y hasta no hace mucho tiempo
entre todos estos restos no era extraño contemplar los de animales,
especialmente ballenas y grandes reptiles, como ha recopilado el historiador
catalán Joan de Déu Domènech. La presencia de estos animales no es un asunto baladí pues en
muchos casos tienen un significado especial. En las iglesias del litoral
costero español era relativamente frecuente encontrar gigantescas vértebras y
costillas de más de dos metros de longitud que procedían de ballenas muertas en
las playas. Si una ballena varada en la orilla sigue despertando gran
expectación, podemos imaginar lo que supondría en el pasado cuando las
mortandades de cetáceos eran mucho menores, ya que ni los barcos chocaban con
ellas, ni había contaminación, ni se desorientaban a causa de las radiaciones
electromagnéticas. Era la única oportunidad real de contemplar un verdadero
gigante.
Por supuesto, tales apariciones debían tener algún significado y avisar de que algo extraordinario iba a suceder. Así lo explica el antropólogo jesuita José de Acosta (1590) para quien Dios «ordena semejantes extrañezas y novedades en el cielo y elementos y animales, y otras criaturas suyas, para que en parte sean aviso a los hombres, y en parte principio de castigo con el temor y espanto que ponen». De manera que cuando se producía un acontecimiento de este tipo, tras el impacto inicial se obtenía todo lo aprovechable (grasa, carne, tendones, etc.) y los grandes huesos acababan en las iglesias y los imponentes y curiosos maxilares se destinaban a catedrales o panteones reales (uno de los restos más conocidos es el enorme maxilar que se encuentra en el monasterio de El Escorial, procede de una ballena que apareció muerta junto a la albufera de Valencia el día del Corpus de 1574).
Ballena (cachalote) varada / Beached Whale (1602). Grabado publicado en 1618: 'Illustri generoso Ernesti Comiti de Nassau. fortissimo Horoi, et
Belgicae Liberta.is vindici acersimo D. suo clementissimo hoc monstrum
[...] monstro so ho faculo D.D.D. J. Saenredam'. En: http://elhurgador.blogspot.com.es/
Por supuesto, tales apariciones debían tener algún significado y avisar de que algo extraordinario iba a suceder. Así lo explica el antropólogo jesuita José de Acosta (1590) para quien Dios «ordena semejantes extrañezas y novedades en el cielo y elementos y animales, y otras criaturas suyas, para que en parte sean aviso a los hombres, y en parte principio de castigo con el temor y espanto que ponen». De manera que cuando se producía un acontecimiento de este tipo, tras el impacto inicial se obtenía todo lo aprovechable (grasa, carne, tendones, etc.) y los grandes huesos acababan en las iglesias y los imponentes y curiosos maxilares se destinaban a catedrales o panteones reales (uno de los restos más conocidos es el enorme maxilar que se encuentra en el monasterio de El Escorial, procede de una ballena que apareció muerta junto a la albufera de Valencia el día del Corpus de 1574).
Al margen de las ballenas encontramos caimanes y cocodrilos,
bastante menos ajenos a tierras extremeñas. Un buen resumen magnificamente ilustrado de todo esto se puede consultar en este fantástico blog.
Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo los exploradores comenzaron a describir animales tan extraños que no tenían ni nombre. Uno de ellos era el caimán –reptil muy similar al cocodrilo aunque de menor talla y que habita en los ríos de América– que aparece en las crónicas de la época con nombres tan poco apropiados como “Lagarto de Las Indias” o “Pez lagarto”. Así se denominaban en los siglos XVI y XVII, que es cuando que llegan las iglesias la mayoría de los caimanes, aunque ya se conocían algunos cocodrilos que los portugueses habían traído de África. A partir del XVI, los caimanes se imponen en la ornamentación de las iglesias de España, Italia y Portugal. Junto con el oro y la plata de América, estos reptiles constituyen otro de los tesoros traídos de los confines del mundo. Uno de los ejemplos más conocidos es el que se encuentra en la catedral de Sevilla:
Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo los exploradores comenzaron a describir animales tan extraños que no tenían ni nombre. Uno de ellos era el caimán –reptil muy similar al cocodrilo aunque de menor talla y que habita en los ríos de América– que aparece en las crónicas de la época con nombres tan poco apropiados como “Lagarto de Las Indias” o “Pez lagarto”. Así se denominaban en los siglos XVI y XVII, que es cuando que llegan las iglesias la mayoría de los caimanes, aunque ya se conocían algunos cocodrilos que los portugueses habían traído de África. A partir del XVI, los caimanes se imponen en la ornamentación de las iglesias de España, Italia y Portugal. Junto con el oro y la plata de América, estos reptiles constituyen otro de los tesoros traídos de los confines del mundo. Uno de los ejemplos más conocidos es el que se encuentra en la catedral de Sevilla:
Imagen del "lagarto" y el colmillo de elefante que se conservan en el patio de la catedral de Sevilla
(Foto: http://leyendasdesevilla.blogspot.com.es)
La explicación más sencilla de la presencia de estos
animales en las iglesias sería considerarlos exvotos. Los huesos de ballenas
insertados en los muros de los templos son ofrendas de marineros que han
sobrevivido a un naufragio o un temporal. Los caimanes serían ofrendas de
viajeros que tropezaron con estas bestias y se salvaron por encomendarse al
santo de turno; los restos acaban en la iglesia como acción de gracias. No deja
de ser curioso que entre los exvotos predominen cocodrilos o ballenas en vez de
bestias autóctonas, como lobos, que realmente atacaban a las personas. Pero es
que el lobo forma parte de la iconografía del mal. Si Cristo es el buen pastor
y los fieles las ovejas, el lobo es la más evidente encarnación del mal y no
podía decorar la iglesia. Si no son exvotos podrían considerarse valiosos
presentes para la autoridad –costumbre muy arraigada en diversas épocas gracias
a la cual aún se conservan importantes colecciones zoológicas que nobles y
reyes atesoraban como símbolo de distinción. De ser así, los caimanes forman
parte de la ornamentación de las iglesias como objetos excepcionales, extraños
y valiosos. De entre todas estas piezas, la más codiciada sin duda era el
fabuloso cuerno del unicornio.
Cocodrilos y otros animales contribuyeron a
convertir las iglesias en templos de las maravillas, lugares donde se exponía
todo lo raro y extraordinario. En comparación, los templos actuales lucen casi
desnudos. Cuesta imaginar la cantidad de huesos, cuernos, dientes, huevos o
pieles que hubo. Esta abundancia de maravillas naturales se ajusta a un
precepto teológico según el cual contemplar las maravillas del mundo puede ser
un ritual de perfeccionamiento interior. Por eso las iglesias están llenas de
objetos maravillosos; junto a delicadas piezas de orfebrería, reliquias y ornamentos
sagrados, se exhiben monstruos y prodigios de la naturaleza (trozos de coral en
soportes de oro, minerales y piedras semipreciosas, restos de meteoritos
venidos del más allá, huevos de avestruz, colmillos de elefante, cuernos de
unicornio, huesos de ballenas y cocodrilos disecados). Son los mirabilia,
todo aquello sorprendente y notable: maravillas de la naturaleza, monstruos,
prodigios, objetos insólitos o extraordinarios. El monstruo se consideraba una
criatura especial del Creador, una señal del Cielo. De forma prosaica, es otro
modo –como la música o la pomposa puesta en escena de la liturgia– mediante el
que la Iglesia ha procurado cautivar y atraer la atención de los fieles. La
anomalía excita la curiosidad y al exponer maravillas naturales un templo gana
preponderancia sobre los demás. Un repaso a los centros de peregrinaje más
concurridos hace ver que es a partir de la posesión de los objetos raros y
extraños como se construyó el prestigio de catedrales y santuarios. En
ocasiones se llega el punto en que toda iglesia que se precie, además de
reliquias que la hacen famosa, necesita su monstruo. Es aquí donde entran las
maravillas -como los cocodrilos y las ballenas- en los templos. No es necesario acudir a los textos de san Agustñin para encontrar una respuesta, sino a la antropología: lo sagrado es lo
raro, lo más alejado de lo cotidiano. Las maravillas lo son porque no son
habituales. Cómo explicar si no la presencia de los restos de un misterioso pez
sierra que aún luce en la monumental iglesia de Berzocana, en Las Villuercas (imagen inferior). Quizá sea un exvoto similar a la mandíbula de pez espada que alberga la abadía
austríaca de Wilten, que la tradición afirma que es la lengua del terrible
dragón que hace siglos asolaba la zona.
Singular exvoto de pez sierra (Pristis sp.) de origen ignoto que se expone en la iglesia de Berzocana.
Y es que para algunos historiadores y
estudiosos los restos de grandes animales que se encuentran en las iglesias son
algo más que adornos maravillosos, exvotos o regalos. En cierto modo vienen a representar los restos
del dragón vencido. Si nos fijamos en la imaginería religiosa -estatuas,
gárgolas, retablos, capiteles, sillerías de coro- vemos que la iglesia es
territorio del dragón. Que cocodrilos y ballenas originan leyendas de dragones
está fuera de toda duda y la bibliografía ofrece multitud de ejemplos. Una
revisión de los textos de la Antigüedad pone de manifiesto que en sus primeras
descripciones, cocodrilos y ballenas suelen confundirse en un mismo animal:
bestias enormes, de vida acuática, dientes feroces y piel dura como cubierta de
escudos. El más conocido de los monstruos bíblicos, el mítico Leviatán, que atemoriza a los fieles
representando la boca del infierno en tantas iglesias románicas, puede ser lo
mismo una ballena que un cocodrilo. Si bien el mismo animal resulta más similar todavía
a un dragón con un simple añadido que se lee en la Biblia (Job 41, 21): «De
su boca salen llamas».
Es difícil saber cuántas iglesias albergaron «restos del
dragón». Con el paso del tiempo, los huesos de ballena y las pieles de
cocodrilos pierden su poder de atracción. En el mejor de los casos han quedado
como simples curiosidades locales o meros trastos arrinconados en desvanes
polvorientos que sólo despiertan la atención de esos incautos seguidores de lo
esotérico tan de moda en nuestros días. Los estudiosos del arte no los
reconocen como objetos de interés y los museos de historia natural tienen
piezas mejor conservadas. En un momento dado las iglesias se reservan para el
paramento litúrgico y dejan de exhibir maravillas, que quedan relegadas a exposiciones
o ferias de muestras. Se trata en suma de un material frágil y poco valioso por
lo que no es extraño que la leyenda sobreviva mientras se pierde el objeto que
les da origen. Una hermosa historia tejida con materiales desaparecidos y
basada en animales inexistentes.
Como ya se ha mencionado, un dragón era mayoritariamente una
serpiente alada o un lagarto gigante. Desde que el Occidente medieval empezó a
tener referencias fiables del cocodrilo, el dragón tomó la apariencia de este
reptil. Cuando los cruzados ven un cocodrilo no dudan que aquello es un dragón.
Siglos más tarde, Gonzalo Fernández de Oviedo al describir la fauna de Las
Indias denomina a los caimanes como lagartos
o dragones. Se podría decir que todo animal grande, verdoso, con piel
dura y que sea desconocido es, a los efectos, un dragón (de hecho, actualmente,
el mayor lagarto del mundo se conoce como Dragón de Komodo (Varanus komodoensis) como vimos anteriormente.
Exponer cocodrilos en los templos no es más que una
afirmación del triunfo del bien sobre el mal (el dragón). La piel de la bestia
es el trofeo cobrado en la lucha, de algo que pertenecía al enemigo y ahora se
exhibe en recuerdo de la victoria conseguida. Es normal mostrarlo en la iglesia
porque supone una muestra de que Dios estaba de un lado y no del otro, del
mismo modo que se hizo habitual colgar banderas en los templos o en el monasterio
de Guadalupe se luce el fanal deLepanto. Este gran farol pendía de la popa de la nave capitana de la
flota turca durante la batalla de Lepanto (1571) y fue traído a España por Juan
de Austria. En 1577 el rey Felipe II lo envía como ofrenda a la Virgen de
Guadalupe. Hay que reconocer que para mostrar un dragón vencido es mucho más
eficaz un cocodrilo disecado que una pintura o una escultura en un retablo.
Pero como ya se ha mencionado se trata de un mundo perdido poblado por animales
que nunca existieron. Los años y sus muchos avatares, la fragilidad de los
restos orgánicos y la pésima calidad de las disecciones de la época han
provocado que muchas piezas desaparezcan y algunas de las que han llegado a
nuestros días sean imitaciones de las que existieron. A mediados de siglo XV el
cocodrilo de la catedral de Sevilla ya había sido sustituido por uno de madera (ver imagen anterior).
En Extremadura, el caso más conocido es el de Calzadilla.
Narra la leyenda que un pastor del lugar se vio sorprendido por una enorme bestia
cuando conducía su rebaño por las afueras del pueblo. El susto fue considerable
pero su presencia de espíritu fue superior. Se encomendó a la Virgen y cuando
el animal con las fauces abiertas se aproximaba para atacar al pastor su cayado
se convirtió en una escopeta gracias a los ruegos y a la intercesión celestial.
El disparo fue mortal. En la plaza que se abre frente a la
ermita del Santo Cristo de la Agonía luce un grupo escultórico que
representa al pastor apuntando a la boca de la bestia, un enorme
lagarto, casi un dragón, que sujeta una oveja en sus garras (imagen inferior). En el pedestal se
desarrolla el legendario episodio en forma de poema en castúo. Dentro
el templo aún se conservan los restos del monstruo, es la piel disecada
de un caimán que se guarda en una vitrina junto a unos carteles que explican
«La Tradición del Lagarto».
Calzadilla. Imagen de la escultura que rememora la "Tradición del lagarto" y detalle de los restos que se exponen en el interior de la ermita
Aunque con notables diferencias, la leyenda es bastante similar a la del santo que mata al dragón. El caso de Calzadilla, considerado popularmente como un milagro, es otro ejemplo del triunfo de la fe cristiana. Como en otros casos, cada vez que el animal se deterioraba colocaban uno mejor conservado. De hecho en las vitrinas de la ermita de Calzadilla se conservan despojos de dos caimanes.
Restos similares a los descritos anteriormente se encontraban
en el monasterio de Guadalupe según cuenta Jerónimo Münzer en su Viaje por España y Portugal en los años 1494y 1495.
También la iglesia de Casar de Cáceres alberga un caimán de
dos metros y medio colgado en la pared del fondo a la izquierda del coro. Anteriormente
estaba en el exterior de la capilla del Cristo de la Peña y, según describen
diversas fuentes antiguas, el fabuloso reptil estuvo en la
entrada de la iglesia durante siglos hasta que a principios del
siglo XX fue retirado por el párroco a un lugar más discreto a causa de su mal
estado. Este caimán (Caiman yacare) fue restaurado por los monjes del monasterio de
Yuste y reubicado en este lugar en 2003. Al parecer fue traído desde América
del Sur en el siglo XVI por un casareño ilustre, el arcediano Rodrigo Pérez: «unos
dicen es caimán; otros, cocodrilo; tiene tres varas y tercia de largo. Viene de
tradición, que un devoto del Santo Christo, viéndose acometido por este animal,
imploró su auxilio, lo mató, le quitó la piel, la que trajo por trofeo,
agradecido del favor que le hizo su Majestad» (Gregorio
Sánchez de Dios, 1794. Descripción ynoticias del Casar de Cáceres). Una cita
muy similar la incluye Pascual Madoz en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones
de Ultramar (Tomo VI, pág. 35).
Hasta bien entrado el siglo XVII resulta habitual encontrar referencias a dragones en los más sesudos tratados de historia natural. Las imágenes corresponden a la maravillosa Historiae naturalis del sabio británico de origen polaco John Jonston.
Aunque ya Shakespeare escribió que el dragón era un animal más temido que visto, en los siglos XVI y XVII naturalistas prestigiosos como Conrad Gesner o Edward Topsell seguían incluyendo en sus obras datos detallados sobre la anatomía y la historia natural de los dragones. las fabulosas -en todos los sentidos- imágenes de Topsell, que se pueden contemplar, por ejemplo, en esta web: University of Houston Digital Libraries. Merecen la pena. Son los estertores científicos de un monstruo que está presente en todas las culturas, que encarna como ningún otro la eterna lucha del bien contra el mal y todo lo relativo al ciclo de muerte y renacimiento. Es un símbolo tan poderoso que se relaciona con el cielo (presente en las estrellas, en los eclipses, devorador del sol), con el aire (gran volador), con el fuego, con el agua (ubicado siempre junto a lagos, mares o ríos), con lo más profundo de la tierra (habitante de grutas húmedas, guardián del infierno o del mundo de los muertos).
Cuando en el siglo XIX los exploradores recorrían los rincones más inhóspitos del planeta muchos románticos quedaron decepcionados al comprobar que ninguno había encontrado un verdadero dragón que volara y arrojase fuego por la boca. Se contaban numerosos seres extraños, grandes serpientes, lagartos, cocodrilos… pero ningún dragón. Éste pasó definitivamente a habitar únicamente en la imaginación, en los libros y en las obras de arte. Lo cierto es que la enorme presencia y significado del dragón en leyendas, cuadros, estatuas o gárgolas justifica el respeto y admiración por estas criaturas. Visto en perspectiva es como si realmente hubieran existido. Cómo si no explicar su presencia en el imaginario colectivo de culturas tan distantes y diferentes entre sí. Los fósiles de dinosaurios pueden explicar, al menos parcialmente, estas creencias, pero siempre queda la posibilidad de la imaginación y la fábula... Mientras que algunos dragones se inspiraron claramente en animales reales y conocidos, no hay correspondencias tan evidentes para otros y no falta quien imagina misteriosas criaturas vivas que aún esperan su descubrimiento formal por parte de la ciencia. Esta creencia global está presente en la tradición extremeña donde cada vez son más los que, recientemente, aseguran haber escuchado su poderoso aleteo y haber contemplado su inmensa silueta recortada en el cielo sobre los gigantescos monolitos de Los Barruecos.