Kilómetros de paredes de piedra serpentean por los campos de Extremadura. Miles de toneladas de piedras, dispuestas de forma magistral y artesana, se utilizan desde hace siglos para delimitar fincas, encerrar animales, jalonar callejas o conducir al ganado. Constituyen testimonios visibles del trabajo bien hecho, fruto del sudor de generaciones de hombres que contaban con poco más que sus ásperas manos como herramientas. Y ahí están desafiando al tiempo (con más o menos fortuna) y corrigiendo los modernos cerramientos de los más variados y antiestéticos materiales.
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