En la versión más conocida del mito clásico Medusa era un
monstruo y una deidad protectora. Tenía un aspecto tan terrible que convertía
en piedra a quien la mirase fijamente. Ovidio cuenta
que era una mujer de exuberante belleza que por esas cosas que solían ocurrir
en la mitología acabó transformada en una criatura monstruosa, al igual que sus
hermanas Gorgonas –Esteno y Euríale– todas convertidas en seres despiadados de
manos metálicas, colmillos afilados y frondosas cabelleras formadas por
serpientes venenosas.
Perseo con la cabeza de Medusa. Detalle de la famosa escultura de Benvenutto Cellini en Florencia
Medusa murió a manos del héroe Perseo (imagen superior) que contó con
la ayuda de su padre Zeus y de otros dioses: Atenea le entregó un escudo pulido
como un espejo, Hermes le obsequió con una hoz de acero y unas sandalias aladas
y Hades le cedió un casco que hacía invisible a su portador. Con todos estos
pertrechos logró Perseo cortar la cabeza de Medusa. Con el preciado en su poder
Perseo pudo rescatar a Andrómeda de los dominios de un monstruo marino y convirtió
en piedra a Atlas, el gigante que sujetaba el cielo y la tierra,
transformándolo en la cordillera norteafricana que lleva su nombre. Posteriormente
Perseo ofreció la cabeza a la diosa Atenea quien la colocó en su escudo, la
égida. Esta imagen se ha convertido en un motivo representado en innumerables
obras de arte desde la antigüedad hasta nuestros días; un rostro que se
imaginaba monstruoso en la antigua Grecia y que a partir del siglo V empezó a
figurar con un semblante sereno y hermoso, mas terrorífico por la leyenda y la
temible orla de serpientes que lo enmarca. El motivo sigue siendo muy conocido
en la actualidad en el arte y en la moda desde que el diseñador Gianni Versace
lo convirtiera en emblema de su imperio de alta costura.
El poder simbólico de Medusa comienza con la cabeza cortada.
Esta imagen de la cabeza separada del cuerpo con feroces serpientes en lugar de
cabellos se conoce como gorgoneion. Desde hace cientos de
años se dispone en amuletos, puertas, paredes, suelos, monedas, escudos o
corazas con el fin de alejar el mal. Aparece en el arte y en la literatura
desde tiempos de Homero que ubica «la
cabeza de la Medusa, monstruo cruel y horripilante» en la égida de Zeus y
en el escudo de Agamenón: «coronado por
la Medusa, de ojos horrendos y mirada siniestra» (Ilíada XI, 35). El mito aparece en todo su esplendor en las obras
clásicas y en una largo etcétera que
incluye a los más reputados artistas, literatos y filósofos de todas las épocas
desde Dante o Petrarca, hasta Sartre o Marx, pasando pasando por Leonardo,
Goethe, Shelley, Nietsche o Freud.
La égida o escudo de Atenea con la terrible imagen de Medusa
El atávico símbolo asimilado por la mitología clásica pasó
de Grecia a Roma para extenderse por el mundo conocido. La inefable imagen
llegó a Hispania para ser ubicada en objetos propiciatorios y lugares que
requiriesen protección. La cabeza de Medusa es una imagen de efecto apotropaico, aquello que psicológicamente tiene que ver
con la represión de lo malo, como un tabú o un amuleto. La superstición dota a
determinados símbolos, actos, objetos o expresiones de un supuesto poder
protector. Hoy se dice ¡Jesús! tras estornudar igual que hay quien toca madera
o se protege del mal de ojo.
Restos del Foro Municipal de Augusta Emerita con los clípeos de Jupiter y Medusa.
El mejor ejemplo de la Medusa mitológica en Extremadura data
del siglo I. Fue entonces cuando se dispuso su figura sobre el pórtico que
delimitaba por tres de sus lados el imponente Foro Municipal de Emerita Augusta.
Se trataba de proteger de cualquier mal ese amplio terreno rectangular delimitado por una elegante fachada
de mármol. El pórtico estaba formado por un
monumental ático de orden corintio decorado con clípeos en los que se alternaban las figuras de Medusa y de Júpiter–Amón
separados por canéforas a modo de pilastras ornamentales. Esta decoración está relacionada con la del foro de
Augusto en Roma. Actualmente
sólo se conserva la esquina noreste, cerca del
templo de Diana (Imagen superior). Estos restos incluyen réplicas de los clípeos o grandes
medallones decorativos. Los originales, con la cabeza de Medusa, se conservan a
poca distancia, en el lugar más preeminente del Museo Nacional de Arte Romano.
La presencia de Júpiter
obedece a su carácter
guerrero y a su ascendencia sobre los militares romanos. Por otro lado, la
representación de Medusa tiene un evidente carácter apotropaico. Los dos
símbolos son elementos decorativos y sagrados. Augusto pretende proteger su
espacio con todo lo que tenía a su alcance: armas y creencias. Además, la
presencia de Júpiter–Amón representa la unión de Occidente, a través de su
deidad suprema Júpiter, y de Oriente, con su divinidad más relevante, Amón (que
Júpiter presente cuernos de carnero lo dejamos para otra entrada). Algunos
especialistas hacen otra lectura más de este esquema decorativo, entendiendo
las representaciones de Júpiter–Amón como el mundo de las luces, por la
vinculación de Amón con el astro sol, y relacionando a Medusa con la oscuridad
y las tinieblas. Se trataría de un reflejo de la polaridad cósmica entre lo de arriba y lo de abajo. Lo cierto es
que la efigie de Medusa encajaría adecuadamente en este espacio, ya que
aludiendo a sus poderes míticos, aquel que contemplase este inmenso e
impresionante complejo arquitectónico debía quedar petrificado.
Representaciones menores del mito se encuentran en los
relieves de espadas, cascos y corazas musculadas que formaban parte de la ornamentación
del teatro de Mérida. También se encuentra el enigmático rostro de Medusa, alternando con motivos vegetales, acantos y palmetas, en
el friso que decoraba los dinteles de mármol del antiguo templo de Marte, que
hoy forman el llamado Hornito de Santa Eulalia. Un detalle que no se escapa a
mi amigo Samuel y que ilustra y describe mejor que yo
AQUÍ. Como se ve en sus imágenes, las cabezas están inscritas en
círculos y muestran un rostro muy redondeado, con la nariz ancha y plana y boca
de labios cortos y apretados. Los ojos son muy expresivos, desorbitadamente
abiertos, inmóviles y mirando fijamente al frente. El iris está perforado para
representar la pupila algo lo que data el conjunto en una fecha posterior al
año 150 d.C. El cabello se ha tallado con minuciosidad, con aspecto enmarañado
y revuelto como corresponde al
gorgoneion.
El llamado Hornito de Santa Eulalia (Imagen de Samuel Rodríguez)
Medusa grabada en una coraza romana que puede contemplarse en el Hornito de Santa Eulalia
Otros
lugares y diversos objetos recrean el mito de Medusa en Augusta Emerita. Entre
los mosaicos destaca uno que fue sacado a la luz en 2008 con motivo de las
obras de rehabilitación que realizaron en el antiguo hemiciclo de la Asamblea
de Extremadura. Bajo el suelo del edificio se encontró una amplia estancia de
época romana, de unos 33 m
2, tapizada por un gran un
mosaico
polícromo decorado con motivos geométricos y figurados. La obra, datada a
inicios del siglo III d.C., apareció muy alterada. El mosaico presenta una
composición simple con un tapiz que enmarca una composición cuadrangular
mediante un borde de nudos entrelazados elaborados con teselas de diferente
color, que encuadra a su vez a motivos geométricos. En el centro se dispone un
gran círculo en cuyo interior hay otros ocho de menor tamaño. En cuatro de los
cinco círculos que se han podido identificar aparece la cabeza de Medusa
acompañada de algunas aves y ornamentación vegetal. Probablemente el héroe Perseo
aparecería en el centro de la escena, aunque su imagen ha desaparecido por el
paso del tiempo o por la acción de los árabes, contrarios a la representación
de la figura humana, que en su momento habitaron el edificio y usaron esta sala
como un almacén. Afortunadamente la intervención arqueológica practicada en la
Asamblea tuvo especial interés en integrar los restos para que puedan ser
disfrutados por los visitantes. El espacio que ocupaba el antiguo hemiciclo fue
remodelado
y reconvertido en un espacio
multiusos, la
sala de la Autonomía,
bajo cuyo suelo de cristal sigue acechando la temible faz de Medusa.
Mosaico de Medusa en el antiguo edificio de la Asamblea de Extremadura (Foto: HOY)
En Zoología, la imagen de la cabeza cortada y
rodeada de una larga cabellera de tentáculos urticantes –serpientes– da nombre
a un grupo de animales de aspecto gelatinoso, casi transparentes, que flotan
por los mares del mundo y que, con cierta imaginación, podrían asimilarse a una
cabeza con larga melena, aunque nada tienen que ver con el mito. Lo que
popularmente se conoce como medusas no es un concepto taxonómico sino
morfológico. Se trata de las una de las dos formas de
organización que caracterizan a unos animales acuáticos que la ciencia incluye
en el filo Cnidaria formado
por diez mil especies de medusas, anémonas y corales. Las medusas están
compuestas en su mayor parte por agua. Son animales de simetría radial y
consisten en poco más que una cavidad rodeada por dos capas, una interna y otra
externa, con un único orificio de entrada y salida. Su origen se remonta más de
quinientos millones de años atrás. Conservan una anatomía muy simple, con forma
de seta o paraguas abierto de cuyo borde cuelgan tentáculos muy variables en
número y en cantidad. Internamente cuentan con un sistema digestivo similar a
un mero saco y un sistema nervioso rudimentario con elementales órganos del
equilibrio y células fotosensibles que informan sobre la composición y
temperatura del agua. Para desplazarse se impulsan por contracciones de su
cuerpo, absorbiendo y expulsando agua. La característica más conocida de las
medusas es el poder urticante de sus tentáculos del que deriva su nombre
científico (del griego cnida,
ortiga). Lo que supone una molestia para los bañistas en algunas playas es en
realidad la eficaz herramienta empleada por estos animales para defenderse y
capturar a sus presas. Se trata de un sistema exclusivo, tan simple como eficaz,
consistente en unas células especiales (cnidocitos) que segregan sustancias
urticantes y cuentan con un orgánulo característico (nematocisto) similar a una
cápsula doblada hacia dentro como el dedo de un guante que alberga un filamento tensamente enrollado en su interior. Un simple roce
desencadena la descarga de estos filamentos,
cubiertos de espinas microscópicas, que salen disparados como arpones
diminutos para clavarse en la piel de la víctima inyectando toxinas cuyo efecto
varía enormemente según los casos. La inmensa mayoría no son peligrosas para
los seres humanos. Las hay que pueden provocar cierto escozor al rozarlas
incluso aunque el animal lleve un tiempo muerto. Otras cuentan con venenos de
acción hemolítica o miolítica considerados entre los más tóxicos del mundo
animal, como la carabela portuguesa (Physalia physalis) cuyas picaduras
son dolorosas pero rara vez mortales, o la cubomedusa australiana Chironex
fleckeri, la avispa de mar,
considerado uno de los animales más peligrosos del planeta. No convierte en
piedra a quien se le aproxime pero es lo suficientemente terrible para mantener
vivo el mito de la Medusa mitológica.
Avispa de mar (
Chironex fleckeri)
Carabela portuguesa (
Physalia physalis)
El tamaño y la morfología del millar de especies de medusas repartidas por los océanos también varían en gran medida. Algunas apenas miden 1 mm mientras que otras son enormes, como las medusas gigantes japonesas (
Nemopilema nomurai) que superan los 2 m de diámetro y 200 kg de peso, o la melena de león ártica (
Cyanea capillata) con tentáculos de más de 30 m de longitud.
Nemopilema nomurai Cyanea capillata (Imágenes de Wikipedia)
Casi todas las medusas viven en el mar, pero también podemos encontrar algunas especies de agua dulce. Una de ellas habita en Extremadura. Se trata de una pequeña medusa denominada Craspedacusta sowerbii (Hydrozoa, Olindiidae). Una de las
primeras cita de la especie en Extremadura se debe a un equipo de biólogos de la Universidad de Extremadura que estudiaron los hábitos alimenticios y la estructura de una población hallada en el pantano de Proserpina, apenas a cinco kilómetros de las mitológicas criaturas descritas en Mérida.
Ejemplar de Craspedacusta sowerbii en el pantano de Proserpina. (Foto: Ricardo Morán)
Además
de una exótica curiosidad de nuestras aguas, C. sowerbii es en realidad una especie invasora que en el último siglo se ha expandido por casi todos los
continentes. Los primeros ejemplares descubiertos en Europa se encontraron
en los estanques de lirios de agua del antiguo jardín botánico de Regent’s Park
en Londres en 1880. Se creía que procedían de Suramérica pero realmente son
originarias del río Yangtzé en China. La
especie fue determinada el 17 de
junio de 1880 por el zoólogo británico Edwin Ray Lankester (1847–1929), catedrático
de zoología de la Universidad de Oxford y director del Museo de Historia
Natural de Londres. Sir Lankester describió no sólo una nueva especie, a la que
bautizó con el nombre de la persona que la avistó primero, Mr. Sowerby, sino todo un género que denominó
Craspedacusta, del griego kraspedon
(borde, fleco) y kystis (vejiga,
bolsa). A partir de esa fecha se comprobó que C. sowerbii se había
extendido por buena parte de Europa y del resto del planeta donde se ha convertido
en una especie invasora, es decir, una especie de origen exótico que llega a
reproducirse y expandirse por ecosistemas que no corresponden a su distribución
geográfica original. Las especies invasoras se han convertido en uno de los
mayores problemas para la conservación de la diversidad biológica a nivel
global.
Sir Edwin Ray Lankester (1847–1929), catedrático de zoología de Oxford y director del Museo de Historia Natural de Londres
La única especie de medusa silvestre que podemos encontrar
en las charcas y pantanos de Extremadura es un animal de pequeño tamaño que en
nuestras aguas oscila entre 7 y 21 mm de diámetro. Tiene aspecto traslúcido con
tonalidades blanquecinas, no en vano el cuerpo de algunos ejemplares está
formado por agua en un 99,8%. Los tentáculos varían en tamaño y cantidad (50–500),
los más largos actúan como estabilizadores durante sus desplazamientos y los
más cortos se destinan a la captura del alimento para lo que están dotados de
nematocistos. Además cuentan con cuatro gruesos tentáculos que coinciden con
los canales radiales. C. sowerbii
frecuenta estanques de aguas templadas y poco profundas donde forma pequeños
grupos. A pesar de su aspecto inofensivo, en su pequeño mundo actúan como
depredadoras. Se alimentan
de zooplancton (principalmente cladóceros, rotíferos y copépodos). Que
no cunda el pánico porque es inofensiva para las personas pues sus minúsculos
nematocistos no pueden penetrar la piel humana. Esta especie alterna la forma
de pólipo –permanentemente fija sobre un sustrato– con la de medusa, de vida
libre. Habitualmente los pólipos forman pequeñas colonias casi invisibles de 5
a 8 mm de longitud de las que se desprenden las medusas, que corresponden a la
fase de actividad reproductora. Los pólipos son similares a corales o anémonas
diminutas y pueden multiplicarse de forma vegetativa. Al madurar, y por reproducción
asexual, liberan unos discos indiferenciados que se desgajan
de la parte superior. Una vez libres estas formas pueden convertirse en
medusas, animales libres y sexuados que flotan en el agua, se alimentan
y se reproducen. La mayoría
de sus poblaciones son estrictamente masculinas o femeninas. En el caso
de Proserpina son todas hembras. Apenas se hacen visibles los días soleados de verano
cuando suben a la
superficie. Es habitual que un año sean muy abundantes y luego desaparecen
durante varios años.
Hasta
el momento no se ha documentado ningún efecto apreciable de la especie sobre
otras poblaciones silvestres o los intereses humanos. No obstante, al tratarse
de una especie exótica siempre hay que tener en cuenta que puede causar algún
tipo de efecto –tan imperceptible como imprevisible– sobre las comunidades
autóctonas. De momento su presencia es conocida y aceptada pero no es objeto de
ninguna atención ni acción al respecto.
La espiritualidad antigua vio en la medusa, que se deja
llevar por los caprichos de las aguas sin reaccionar contra ellas, el emblema
del abandono del alma perfecta a los designios de la Providencia que en la
tierra regula por nosotros la adversidad y la quietud, la calma y la tempestad.
Antaño en el arte y hoy a través de invasiones biológicas,
la presencia en Extremadura de la Medusa mitológica y de la medusa de agua
dulce sirven para ilustrar la globalidad y la perpetua existencia de vías de
transmisión de ideas y formas de vida desde la Antigüedad hasta nuestros días.
Para saber un poco más, o profundizar en las bases documentales que iluminan este trabajo, se puede consultar este artículo algo más completo en la
Revista de Estudios Extremeños.