Escribe Jorge Luis Borges en
El libro de los seres
imaginarios que
«El tiempo ha desgastado notablemente el prestigio de
los dragones. Creemos en el león como realidad y como símbolo; creemos en el
minotauro como símbolo, que no como realidad; el dragón es acaso el más
conocido, pero también el menos afortunado de los animales fantásticos. Nos
parece pueril y suele contaminar de puerilidad las historias en que figura.
Conviene no olvidar, sin embargo, que se trata de un prejuicio moderno, quizá
provocado por el exceso de dragones que hay en los cuentos de hadas». Ha transcurrido
más de medio siglo desde la publicación de esta obra y es muy probable que actualmente
Borges pensara de otra manera. El dragón vuelve a ser una criatura temible y
poderosa capaz de cambiar el destino del mundo. La culpa de todo ello la tiene
Juego de tronos, serie de televisión creada
por
HBO basándose en la saga de novelas –
Canción de hielo y fuego– del escritor
estadounidense
George R.R. Martin cuyo primer libro se titula
Juego de
tronos (1996).
En varios capítulos de la séptima temporada de esta serie,
emitidos en julio y agosto de 2017, pueden verse los temibles dragones de
Daenerys Targaryen sobrevolando el fascinante paraje de
Los Barruecos,
Monumento Natural ubicado en el entorno de Malpartida de Cáceres. Una vez más
los dragones vuelan en Extremadura.
En el mundo fantástico que recrea la citada serie, los
dragones gozan de especial protagonismo. Son tres y nacieron de sendos huevos
petrificados que le regalaron a la
khaleesi
el día de su boda. Reciben sus nombres en recuerdo del esposo y los hermanos de
la que se considera
Madre de dragones.
Son sus más fieles guardaespaldas y escuderos. El favorito de la reina es
Drogon (imagen inferior) es el más grande y agresivo de
todos, tiene el cuerpo recubierto de escamas negras como el color de su sangre,
con cuernos y cresta dorsal espinosa de tonos rojizos y profundos ojos rojos. Sus
hermanos son
Rhaegal, el más
tranquilo, de color verde oscuro con ojos amarillentos, y
Viserion, de color pardo, con dientes negros y ojos, cuernos, alas
y cresta espinal de tonos dorados. De las temibles fauces de todos ellos surgen
poderosas llamaradas que los convierten en seres prácticamente invencibles.
Drogon, como cabalgadura de Daenerys Targaryen en una escena de Juego de tronos.
A
pesar de su temible aspecto, no llegan a parecerse a su antecesor,
Balerion, llamado el
terror negro, un enorme y gigantesco
dragón con cuyo fuego fue forjado el Trono de Hierro fundiendo doscientas
espadas de señores sometidos. A decir de las crónicas antiguas esta criatura era
tan enorme que pueblos enteros se oscurecían cuando pasaba volando, podía
tragarse un mamut entero de un solo bocado, tenía los dientes del tamaño de
espadas, era de color negro brillante con reflejos rojos y vivió doscientos
años. En la pantalla apenas puede vislumbrarse su inmenso cráneo oculto en los
subterráneos de la Fortaleza Roja, como se aprecia en la imagen inferior.
Fotograma de Juego de tronos. Copyright HBO
Si diéramos por cierta su existencia –que no es poco– las
incógnitas más fascinantes que se plantea un científico con respecto a los dragones son dos: cómo pueden
volar y cómo logran expulsar fuego por la boca. Examinándolos desde un punto de
vista biológico estos dragones, que tan reales parecen en televisión, y sin
despreciar algunas dosis saludables de especulación, podemos concluir que
tienen el aspecto de grandes reptiles, con fuertes mandíbulas, cuerpo cubierto
de escamas espinosas, cola parecida a la de un cocodrilo, extremidades
inferiores fuertes y cortas dotadas de garras, carecen de extremidades
superiores y muestran un par de alas inmensas con una morfología similar a la
de un murciélago. Merced a los magistrales efectos digitales que les dan vida
resulta fascinante contemplarlos volando, escupiendo fuego o reposando sobre
las rocas de Los Barruecos. Son criaturas coosales, de unas
dimensiones similares a las de un Boeing 747, es decir, ¡¡unos 70 m de longitud y 64 m de
envergadura!! a lo que hay que añadir un chorro de fuego de unos diez metros de
diámetro.
Estos datos apenas permiten compararlos con los animales
voladores más grandes que han existido: los pterosaurios del género Quetzalcoatlus (imagen inferior) que vivieron en el
cretácico superior, hace 67 millones de años, y cuyos fósiles sugieren una
envergadura de 12 metros y un peso estimado de 200 kg. En cierto modo los
dragones de Juego de tronos muestran una morfología similar a la de estas
criaturas extintas: grandes músculos pectorales y alas bien estructuradas que son
más estilizadas conforme se alejan del cuerpo.
https://news.nationalgeographic.com/
Una de las claves del vuelo es
aligerar el peso todo lo físicamente posible. Los pterosaurios, como las aves
actuales, tenían huesos ligeros, huecos y delgados. Además, contaban con
grandes bolsas de aire ubicadas entre los músculos que aumentaban su
flotabilidad. De este modo, mientras una jirafa puede pesar dos toneladas, un
pterosaurio de la misma altura pesaría lo mismo que un cerdo.
Otro problema para volar es el derivado de la gran cola
reptiliana. Los pterosaurios tenían colas largas pero eran muy delgadas. Las de
los dragones se antojan demasiado pesadas para emprender el vuelo. Algunos
científicos han calculado las calorías que tendrían que ingerir estos
superdepredadores para realizar una actividad tan costosa energéticamente como
volar. Es evidente que conseguir comida no es un problema, no tienen escrúpulos
para comerse un caballo o un ejército entero. Si un hombre de 180 cm de altura
y 90 kilos de peso necesita unas 3.600 calorías al día para mantenerse, se puede
deducir que un dragón de una tonelada necesitaría consumir unas 36.000 calorías
al día, lo que supone poco más de 18 kg de carne. No parece demasiado. Además,
hay que contar con una característica exclusiva que supone una gran ventaja en
este tema: el fuego. Se necesita tener el cuerpo caliente para volar, los
insectos se ponen al sol y las aves cuentan con un metabolismo acelerado con el
que generan ese calor quemando calorías. Si los dragones pudiesen calentarse usando
su propio fuego necesitarían una ingesta calórica proporcionalmente más baja
que un pájaro o un mamífero. De este modo, como los enormes pterosaurios que
poblaron la tierra hace más de 65 millones de años, podrían realizar
viajes de miles de kilómetros a velocidades superiores a los 100 km/h.
En lo que respecta a lanzar fuego por la boca, la base
biológica es más complicada. Un dragón podría generar un material inflamable,
como el metano, que realmente emana del cuerpo de muchos animales, como las
vacas. Pero conseguir la chispa que lo encienda parece más complicado. Una
posible solución sería contar con un mecanismo similar al de los escarabajos
bombarderos Brachinus spp. (Coleoptera, Carabidae) que son capaces
de originar pequeñas explosiones mezclando diversas sustancias químicas de su
cuerpo. También se podría elucubrar acerca de la síntesis de alguna enzima inflamable que vertiesen al estómago y pudieran regurgitar o bien generar en algunas glándulas cercanas a la boca (como el veneno de algunos ofidios). Podrían expulsar este líquido contrayendo los músculos de la garganta y éste se inflamaría al entrar en contacto con el oxígeno del
aire. Difícil, pero...
http://dragonage.wikia.com/wiki/High_dragon
Pocos animales han fascinado tanto a la humanidad a lo largo
de la historia como el dragón. Durante siglos ha sido un ser imponente, el rey
de los animales fantásticos. Nadie sabe cómo es pero todo el mundo lo imagina.
El dragón clásico occidental, habitualmente empleado en heráldica y en
numerosos motivos artísticos, es similar al descrito. Con diversas
modificaciones suelen representarse como un reptil monstruoso revestido de un
armazón impenetrable, largo
cuello, con dos o cuatro extremidades acabadas en garras afiladas, una
cola poderosa que termina en un aguijón en punta de flecha, alas similares a
las de un murciélago y fauces
poderosas de las que a menudo salen lenguas de fuego. Las imágenes más
conocidas nos remiten a devoradores de doncellas, guardianes de tesoros,
víctimas feroces ensartadas en lanzas de santos o héroes, deidades etéreas que
se desplazan por el cielo con eterna parsimonia, monstruos con alas y colores
de ensueño... El dragón (del griego Drakon: serpiente, víbora) es la némesis
de héroes mitológicos y medievales; personifica el mal, el paganismo y la
muerte, pero también la benevolencia, la vida y la sabiduría. Todo eso y más es
un dragón.
El simbolismo del dragón es el de una serpiente elevada a la enésima potencia y dotada, según
el caso, de patas, alas, fuego o múltiples cabezas. En Occidente se tiene
por una criatura malvada e infernal pero otras culturas lo consideran un ser tan
poderoso como benévolo. En el
arte occidental también es atributo de la vigilancia, la prudencia, la
fortaleza moral, la lógica o el fuego. Se comparaba con el sol por su mirada
penetrante y su naturaleza vigilante «por
esa razón se asigna a los dragones la vigilancia de las casas, de los
santuarios, de los templos donde se consultan los oráculos y de los tesoros»,
dice Macrobio (Saturnalia I, 20). En la antigua Mesopotamia se pensaba que un dragón creó las
estrellas y los planetas con la parte superior de su cuerpo y la Tierra con la
inferior, y de sus ojos manaron los ríos Tigris y Éufrates. En la mitología
clásica el dragón aparece con cierta frecuencia: en los trabajos de Hércules,
guardando el Toisón de Oro y el árbol de las manzanas de oro; custodiando
templos como el oráculo de Delfos o una fuente consagrada a Ares; luchando con
héroes. En la Ilíada escribe Homero que el escudo de Agamenón lucía un
dragón tricéfalo azul. En la guerra contra los dioses los gigantes arrojaron un
dragón contra Minerva quien se deshizo de él lanzándolo hacia el cielo y envolviéndolo
alrededor del polo. Aún está allí y puede verse por las noches junto al polo
norte celeste. Es la constelación de Draco
(Higino, Astronomía poética II, 3. Eratóstenes,
Catasterismos 3.) También en la
mitología romana aparece en su papel de vigilante eterno custodiando las
manzanas de oro del jardín de las Hespérides o como una gran serpiente
enroscada en el Árbol de la Sabiduría. Goza del mismo modo de un papel
importante en las mitologías de la Europa septentrional: custodia tesoros y
lucha con Sigfrido en leyendas germánicas del mismo modo que aparece en los
escudos de los piratas escandinavos o como mascarón de proa en las naves vikingas.
Constelación de Draco
https://www.constelaciones.info/draco/
Mascarón de proa de nave vikinga
https://www.pinterest.fr/pin/496662665148780588/
En los primeros tratados de historia natural el dragón
aparece como un animal más. Plinio (Historia
natural VIII, 11) refiere una fabulosa leyenda según la cual, el dragón es
un animal tan caliente que ha de enfriarse en verano y para ello pretende la
sangre del elefante que es notablemente fría. Entonces ataca al paquidermo, se
enrosca en su cuerpo y le clava los dientes, una imagen profusamente
representada en los tratados clásicos y medievales. El elefante, exangüe, acaba
cayendo al suelo pero también muere el dragón aplastado por el peso del su
víctima.
Del dragón se obtenían algunos derivados útiles. En época romana se
elaboraba una poción que hacía invencibles a los hombres. Contenía médula y
pelo de león, la espuma de un caballo que acabase de ganar una carrera, uñas de
perro y la cola y la cabeza de un dragón. Un brebaje a partir de ojos de dragón
secos batidos con miel constituía un linimento eficaz contra las pesadillas. La
grasa del corazón del dragón guardada en la piel de una gacela y atada al brazo
con los tendones de un ciervo aseguraba el éxito en los juicios. Y los dientes
que se ataban al cuerpo hacían a los amos más indulgentes y a los reyes más
graciosos.
La asociación del dragón con el mal se produce a partir de
la expansión del cristianismo. En el Antiguo Testamento se hace referencia a
monstruos que frecuentemente son interpretados como dragones (Salmos 1,13; 74,13.
Daniel 14, 23–27. Isaías 27, 1). En el Nuevo Testamento el dragón es una de las
bestias infernales que proliferan en el Apocalipsis encarnando al peor de los enemigos:
«Luego vi que un ángel descendía del cielo, llevando en su mano la llave del
abismo y una enorme cadena. Él capturó al Dragón, la antigua serpiente —que es
el diablo o Satanás— y lo encadenó por mil años. Después lo arrojó al abismo,
lo cerró con llave y lo selló, para que el Dragón no pudiera seducir a los
pueblos paganos hasta que se cumplieran los mil años» (Apocalipsis 20,
1–3). En otro pasaje es descrito con siete cabezas, la terrible encarnación del
gran destructor. De esta forma se refleja en los magníficos códices ilustrados
de los Comentarios al Apocalipsis de
Beato de Liébana:
«Y apareció en el cielo un gran signo: una mujer revestida
del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza.
Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz. Y apareció en el
cielo otro signo: un enorme dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez
cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema. Su cola arrastraba una tercera
parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El dragón se
puso delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo en cuanto
naciera. La mujer tuvo un hijo varón que debía regir a todas las naciones con
un cetro de hierro. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la mujer
huyó al desierto (...) Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus
ángeles combatieron contra el dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero
fueron vencidos y expulsados del cielo. Y así fue precipitado el enorme dragón,
la antigua serpiente, llamada diablo o Satanás, (...) al verse precipitado
sobre la tierra, se lanzó en persecución de la mujer que había dado a luz a su
hijo. Pero la mujer recibió las dos alas del gran águila para volar hasta su
refugio en el desierto donde debía ser alimentada durante tres años y medio,
lejos de la serpiente. La serpiente vomitó detrás de la mujer un río de agua
para que la arrastrara. Pero la tierra vino en su ayuda: abrió su boca y se
tragó el río que el dragón había vomitado. El dragón, enfurecido contra la mujer,
se fue a luchar contra el resto de su descendencia, contra los que obedecen los
mandamientos de Dios» (Apocalipsis 12, 1–18).
Los bestiarios y otros escritos acabaron por perpetuar la imagen
del dragón asociada al diablo. Para ello, los primitivos autores cristianos
exageraban su descripción. Para san Isidoro de Sevilla el demonio era el más
grande de todos los reptiles, como un dragón con cresta o corona. Desde el
siglo III, los emperadores romanos, ya cristianos, se hacían representar
pisando al dragón como símbolo de su triunfo sobre la idolatría. Son imágenes similares
a las actuales en las que el dragón aparece a los pies de los santos de la
Iglesia. El cristianismo concibió la existencia como una continua lucha contra
el Mal y nada mejor para expresar esta idea que un combate contra el dragón. Para
los antiguos persas «cuando
la serpiente encuentra oportunidad se vuelve dragón» lo que suele pasar cuando «alcanza los treinta metros de longitud y
los cien años de edad». También el Bestiario de Cambridge, lo describe como
una serpiente gigante, «el mayor de todos los seres vivos de la Tierra» que nace en Etiopía y en la
India, lugares donde el calor es perpetuo. Cuando sale de su cueva a menudo se
eleva a los cielos y el aire a su alrededor se vuelve ardiente. El
Bestiario de Philippe de Thäun (siglo XII) advierte «que el dragón tiene
forma de serpiente, es crestado y alado, tiene dos pies y dientes, se defiende
con la cola y hace daño a las gentes».
Su relación con los santos
de la Iglesia se refleja en las hagiografías recopiladas a mediados del
siglo XIII por el
dominico italiano Jacobo da Vorágine en la Leyenda
áurea. El
enfrentamiento de un santo con el dragón se remonta a las fuentes de la
tradición hagiográfica cristiana y está relatado en leyendas de los primeros
tiempos del cristianismo. Especial mención merecen en el apartado hagiográfico
las figuras de santa Margarita y santa Marina. La leyenda cuenta que el diablo en
forma de dragón se apareció a Santa Margarita de Antioquía y la engulló pero
ella logró salir de su interior utilizando un crucifijo con el que rajó las
entrañas del monstruo. Por este hecho se la considera abogada protectora de las
parturientas. Un segundo demonio en forma de dragón trató de atacarla pero
también logra salvarse por la fuerza de su fe y con su inocente mirada
consiguió dominarlo y hacer que la siguiera como un perrito faldero.
Santa Margarita (1631)
oleo del pintor extremeño Francisco de Zurbarán (National Gallery, Londres).
Ambas santas
cuentan
en Extremadura con algunos lugares devocionales (Cañaveral, Badajoz, Ahigal, Zarza
Capilla,
etc.) y las dos se
representan con un dragón derrotado a sus pies. Santa Marina
muestra además una peculiar
relación con los manantiales y las aguas termales
de ahí que existan diversas ermitas bajo su advocación en las proximidades de
estos lugares.
Santa Margarita /Marina saliendo de las entrañas del dragón (manuscrito francés del siglo XV)
Otra
historia legendaria es el caso santa Marta, la hermana de María y de Lázaro,
quien según los evangelios fue resucitado de entre los muertos. Según la
leyenda, Marta fue perseguida tras la crucifixión de Jesús y abandonada junto a
sus hermanos en una barca sin timón ni aparejo alguno a merced de los vientos y
las olas del mar. Llegaron a la deriva hasta el sur de Francia donde ella
predicó su fe y alcanzó gran fama por acabar con un dragón que desde hacía
tiempo aterrorizaba a los habitantes del lugar. Se trata de la célebre Tarasca (a la que dedicaremos otro espacio) a la que vence con la única
ayuda de la cruz y de agua bendita. En
Extremadura da nombre a dos municipios: Santa Marta de Magasca, en Cáceres, y Santa Marta de los Barros, en
Badajoz, en cuyo escudo, claro, aparece un dragón:
Escudo de Santa Marta, en Tierra de Barros, en el que entre otrso motivos heráldicos, figura un dragón.
Pero sin duda el caso más
conocido de los santos vencedores del dragón es el de san Jorge, patrón de Cáceres. Como veremos en la siguiente entrada, la devoción al santo se remonta siglos atrás, desde que las tropas cristianas
al mando del rey leonés Alfonso IX reconquistaron la ciudad la víspera del 23 de abril de
1229, festividad de san Jorge, que era a su vez patrón de las órdenes de
caballería. El ayuntamiento declaró al
santo patrón de la ciudad y su fiesta se
conmemora de forma institucional desde 1917 aunque hay datos de celebraciones
de la misma en el siglo XVI.
Paolo Uccello - San Jorge y el dragón (h.1470, óleo sobre lienzo, 55 x 74 cm, National Gallery, Londres)
La leyenda de san Jorge y el dragón tiene su origen en el
siglo IX. Es uno de esos acontecimientos que el historiador romano Salustio (siglo I a.C.)
cataloga como «estas cosas que jamás ocurrieron, pero existen siempre». La
historia es bien conocida en Europa y Asia Menor y probablemente sea el origen
de los cuentos sobre princesas y dragones. A grandes rasgos, se cuenta cómo san
Jorge llegó a una ciudad que estaba amenazada por un feroz dragón. Para
librarse del monstruo, los atemorizados habitantes del lugar se veían obligados
a ofrecerle diariamente un sacrificio humano, hasta que un día le tocó el turno
a la princesa, única hija del rey. Cuando la doncella marchaba a enfrentase a
su fatal destino se encontró con san Jorge a caballo. Éste se enfrentó con el
dragón dándole muerte y salvando a la dama y a toda la ciudad. En
agradecimiento, sus habitantes se convirtieron al cristianismo. Los historiadores
coinciden en que Jorge fue un tribuno romano que vivió en Capadocia a finales
del siglo III. Llegó a ser miembro de la guardia personal del emperador
Diocleciano, feroz perseguidor de los cristianos. Jorge fue martirizado a causa
de su fe cristiana por lo que fue canonizado en el año 494. Actualmente goza de
amplia devoción, es un santo de enorme importancia en la iglesia ortodoxa; san Jorge Megalomártir es patrón de Inglaterra,
de Portugal o de Georgia (claro está); de Aragón y Cataluña, de Cáceres, o de
los Boy Scouts. La leyenda puede
tener un origen anterior al cristianismo pues comparte elementos con mitos
romanos y griegos. La lucha de san Jorge con el dragón es uno de esos mitos
universales que perpetúa el combate mítico del héroe contra el monstruo. La
misma lucha que aparece en todas las culturas mediterráneas desde el primitivo
enfrentamiento de Apolo contra Pitón en Delfos y se repite a lo largo de la
historia en otros pueblos tan distantes en el tiempo y en el espacio como los
hititas, los vikingos, los hindúes o los aztecas. En todos los casos existe
esta confrontación en la que dioses o héroes han de vencer a la fiera. La razón
humana expulsó hace siglos las ficciones antiguas del universo de la ciencia y
la lógica, sin embargo, los mitos siguen presentes en nuestras creencias y de
un modo u otro forman parte de las herramientas científicas. Del mismo modo que
el complejo de Edipo regula las relaciones paterno filiares, la lucha contra el
dragón sigue simbolizando el combate iniciático del hombre.
Es evidente que en la antigüedad se creía firmemente en
aquellos mitos forjados para explicar los fenómenos que superaban nuestro entendimiento.
Desde que comenzaron a estudiarse a principios del XIX, historiadores,
antropólogos y psicólogos han puesto de manifiesto el origen de numerosos mitos
y leyendas universales, muchos de los cuales sobreviven hoy en forma de cuentos
populares europeos. Así,
la lucha del invencible Hércules no dista mucho de la de san Jorge frente al
dragón, ni éste del pequeño Pulgarcito que tiene que vencer al ogro en el
cuento infantil. Se trata de relatos con la misma estructura, instrumentos del
mismo pensamiento lógico primitivo en el que los héroes tienen la misma
función. También en la tradición oral extremeña existen varios cuentos,
recopilados por Marciano Curiel, que tienen como protagonista al héroe que ha
de vencer al dragón.
Simbólicamente
san Jorge acaba con un dragón que encarna el paganismo, la idolatría, el
mal, el diablo. Esta y otras historias tratan de la victoria del Bien sobre el
Mal representado el primero como un valiente caballero o una inocente doncella
y el segundo como una fiera. Sería un error de bulto si examináramos los mitos
desde un empirismo estricto y si asimilásemos los relatos fabulosos a crónicas
del pasado. Es el error que comete quien busca dragones en la prehistoria
porque considera que los cuentos maravillosos han conservado su recuerdo. Es
evidente que los dragones no han existido nunca pero no dejan de ser figuras históricas, reflejos de ilusiones tan auténticas
como irreales.
El combate de san Jorge, de Jost Haller (1445-1450)
Una característica trascendente del dragón es que es una
criatura en la que de forma armoniosa se funden rasgos de animales de tierra,
mar y aire. Representan el perfecto equilibrio entre monstruosidad y belleza,
entre lo creíble y lo increíble. Todo un emblema del poder de la naturaleza.
Por eso su importancia simbólica se basa siempre en la lucha, con un dios o un
héroe (Hércules, Perseo, Sigfrido, san Jorge). En la alquimia, por ejemplo, el dragón es
la fuerza que permite regenerarse y evolucionar; representa la unión de los cuatro
elementos: el Fuego que escupe por la boca, el Aire que representan sus alas,
el Agua que inspira el movimiento ondulado de su cola y la Tierra por sus
garras poderosas. Este fabuloso animal que chapotea en humedales, se esconde en
una cueva subterránea, vuela por el aire y expulsa fuego por la boca, es una de
las bestias más antiguas y, sin duda, la más completa de las imaginadas por el
hombre. Su simbología resulta más que compleja. En Oriente los dragones son
criaturas benéficas, símbolos de sabiduría, de buena fortuna y, sobre todo,
alegorías de poder, fuerza y conocimiento. En la antigua China era el símbolo
imperial del país, el trono del emperador se llamó Trono del dragón y
cuando el mandatario moría se decía que había ascendido al firmamento sobre un dragón. En Oriente Medio, en cambio,
el dragón siempre ha sido símbolo del mal y así aparece en la Biblia.
Draconarius (imagen de Wikipedia)
La complejidad del tema se pone de manifiesto en la
mitología romana que en un tiempo consideró al dragón un símbolo de poder y
sabiduría. Era la insignia de la cohorte como el águila lo es de la legión,
formada por diez cohortes. Durante el Último Imperio (siglos III–V d.C.) las
unidades de caballería empleaban estos estandartes –dracos– y los disponían al frente de las tropas. Estaban formados
por una cabeza de metal, a modo de feroces serpientes gigantescas, con la boca
abierta y una manga cilíndrica de tela o cuero que se inflaba con el aire
al tomar velocidad. El draco era
portado por un jinete llamado draconarius.
Este es el origen de los regimientos de dragones –soldados que
prestan su servicio a pie o a caballo– que aún conservan ese nombre.
Pero el caso de los romanos es una excepción en la cultura
occidental. La idea mayoritaria es la que los cristianos adoptan de Oriente
Medio: la imagen hebrea del dragón terrible y maligno que describe el Apocalipsis. Por ello en el arte
medieval simboliza el pecado y suele aparecer bajo los pies de los santos que
encarnan el triunfo de la fe y la virtud. Los estilos y modelos iconográficos del dragón son
sumamente variados. Pero al margen de estas fabulosas imágenes, podemos hablar
de dragones más reales. Las pruebas más
auténticas de la existencia de dragones, las que han alimentado tantas
leyendas, se corresponden con fósiles de dinosaurios, caimanes o cocodrilos.
Tampoco hay que olvidar al propio dragón de Komodo (Varanus komodoensis):
El mayor lagarto del mundo se conoce como dragón de
Komodo (Varanus komodoensis). Puede alcanzar los 100 kg de peso y hasta
3 m de longitud. Se trata de un enorme reptil de la familia de los Varánidos
que sólo habita en cuatro pequeñas islas de Indonesia. No fue descubierto para
la ciencia hasta 1910. Su gran lengua bífida y su nociva saliva, habitualmente
mezclada con sangre, hacen posible incluso imaginar fuego en su boca.
Todo lo anterior nos lleva a buscar el rastro del dragón en otros
lugares, no tan lejanos como pudiera parecer… Y sin salir de Extremadura.