Al principio fueron las cigüeñas. Llegan
puntualmente a su cita y recrecen los nidos que ya existen en la peculiar torre
de ladrillo que veo desde mi casa asomándose entre unos pinos cercanos. Después
fue esta torre la que me atrajo como un imán. De vez en cuando paseo por los
alrededores, donde la ciudad se convierte en campo, o al revés, y compruebo con
lástima cómo la casa se rinde a los meteoros y cómo avanza la ruina, historia
abandonada, en manos de los indeseables de siempre que pintan, esquilman y destruyen
por el mero hecho de ratificar su estulticia. Y las ruinas -¿qué es más hermoso
que las ruinas de la belleza?- atraen como la luz en la oscuridad. Lo que me
lleva a los libros, como siempre.
El lugar aparece en los libros y mapas
como Dehesa de Conejeros. Ésta es -era- una de esas explotaciones pecuarias
que, ubicadas en el entorno inmediato de Cáceres han ido cayendo poco a poco en
desuso.
Leo en el Nuevo Libro de Yerbas de
Cáceres que Alfredo Villegas escribiera en 1915 –¿quién no tiene a mano un
Libro de Yerbas?- que este paraje se llamaba en el siglo XVII Arenal de
Francisco de Ávila. O sea, que ya existía entonces, aunque las construcciones
actuales parecen ser del XIX. Cita Villegas que esta dehesa de pasto y labor de
500 fanegas, cuenta una casa con dos pisos y 15 habitaciones, tinado para 20
reses, dos cuadras, otras dos casa pequeñas para los pastores, zahúrdas para 50
lechones, una huerta de media fanega, dos cercas de seis y 12 fanegas y una
charca abrevadero. Además, hay hermosas zonas de recreo, jardines, cocheras, un
señorial oratorio, pozo y otra casa de cuatro habitaciones destinada a
gallinero, pavera y palomar. Ahí queda eso. Y todo estaba en pleno esplendor en
los años 1960.
En el conjunto actual se distinguen
diversas dependencias de carácter rústico de clara orientación ganadera y otros
tantos nuevos volúmenes añadidos, algunos a mediados del siglo XX, que debieron
de hacer del lugar una cómoda residencia.
Dejamos para otra entrada los esgrafiados
y un peculiar misterio…