Cada año, los días 19 y 20 enero, cuando el frío se recrudece en el pueblo a mayor altitud de Extremadura, Piornal vive su fiesta. Durante esos dos días una criatura bucránea de aspecto terrorífico, que encarna los males y el infortunio, se pasea por la localidad mientras sufre un inimaginable y violento castigo a manos de sus vecinos. El Jarramplas es lapidado con nabos que le lanzan con saña y puntería. Nabos, como fruto de la tierra, símbolo de la fertilidad (también se arroja arroz los novios...) y de la fecundidad de los campos, frente a la bestia, la fiera que los asola. Hay un simbolismo evidente en una fiesta de la que tanto se ha escrito que no viene a cuento repetir más de lo mismo.
Hay que ir a Piornal a vivir la fiesta e impregnarse de uno de esos pocos ritos atávicos que aún persisten. Merece la pena compartir la calle con Jarramplas para ver cómo arremete contra los asistentes con sus cachiporras, cómo sufre con honor el castigo de su pueblo y cómo la fiera se rinde y honra a san Sebastián al que pide protección para los suyos. Este santo es muy popular en Extremadura, todo un símbolo para algunos pueblos que celebran en su honor algunas de las fiestas de invierno más interesantes de nuestra tierra, como las Carantoñas de Acehúche. Se trata de rituales precarnavalescos, de origen remoto, pagano que fueron luego cristianizados.
Jarramplas es un monstruo, un ser deshumanizado, temido y respetado, que porta los males, la enfermedad, la muerte, la guerra, la pena. Es el diablo de rostro cambiante, como muestran las imágenes. Cuando los vecinos de Piornal arrojan nabos a Jarramplas no castigan a un conocido, a un amigo, a un familiar; se conjuran para expulsar todos los males de su pueblo a través de un ser que no es humano.
En cambio, la persona que encarna a Jarramplas es todo lo contrario. Es un héroe local, receptor de un honor para el que ha esperado años y se ha preparado física y psíquicamente durante meses. Cuando porta la temible máscara con cuernos y cola de caballo es castigado y vilipendiado hasta el extremo. Cuando se desprende de ella -en ese mismo instante- es depositario de honor y gloria. Es ovacionado, aplaudido, animado, respetado y alzado en hombros por los mismos que segundos antes destrozaban violentamente enormes nabos contra su aspecto maligno. Un respeto que emociona.
Otro episodio inmarcesible que no hay perderse, fiesta de Interés Turístico Nacional en Extremadura.